Un inesperado apagón dejó sin electricidad a millones de personas en España y Portugal el lunes 28 de abril. La interrupción de la energía energética paralizó infraestructuras clave como aeropuertos, trenes, hospitales y redes de telecomunicaciones, generando caos e incertidumbre en toda la península ibérica.
Hacia las 12:30 p. m., hora central europea, el suministro eléctrico se cortó de forma abrupta y generalizada. Calles sin semáforos, redes telefónicas caídas, cajeros automáticos fuera de servicio y supermercados colapsados, fueron solo algunas de las consecuencias inmediatas.
Aunque el restablecimiento del suministro eléctrico, fue gradual en las horas siguientes, la causa del apagón seguía sin explicación clara por parte de las autoridades.
“No hay indicios de ciberataques ni de fenómenos meteorológicos”, informó Red Eléctrica de España la mañana del martes. En Portugal, REN señaló un “problema no especificado en la red eléctrica europea”.
Cadenas críticas paralizadas
Más de 100 trenes en España quedaron detenidos, afectando a unos 35,000 pasajeros. Renfe suspendió el servicio en todas sus líneas. El metro de Madrid y Valencia dejó de operar, y el torneo de tenis Madrid Open fue suspendido.
En los hospitales, se recurrió a generadores de emergencia. El gobierno portugués declaró una crisis energética nacional, para garantizar prioridad a los servicios esenciales, como salud y telecomunicaciones.
En algunas ciudades Españolas, como Valencia, los servicios de emergencia pasaron horas rescatando a personas atrapadas en ascensores.
Mientras tanto, el espacio aéreo también sufrió alteraciones. AENA informó de múltiples cancelaciones y retrasos de vuelos. El presidente del gobierno Español, Pedro Sánchez, confirmó que cerca del 20% del tráfico aéreo en el territorio de España, quedó en tierra.
Colapso de las comunicaciones
La caída del suministro afectó también a internet y a las redes móviles en toda la región. En muchas zonas, los ciudadanos no podían acceder a información oficial. “No saber qué está pasando es lo peor”, declaró una trabajadora en Lisboa, donde el caos llevó a largas colas frente a cajeros automáticos, y estanterías vacías en los supermercados.
En Madrid, la Dirección General de Tráfico pidió evitar conducir vehículos, pero el mensaje no alcanzó llegar a muchos ciudadanos. Los agentes se vieron obligados a improvisar en las calles, dirigiendo el tráfico en cruces caóticos. Mientras tanto, la policía reforzaba su presencia en puntos clave para prevenir incidentes.
Caos en centros culturales y turísticos
En plena jornada, el Museo del Prado tuvo que evacuar a sus visitantes. El corte de electricidad interrumpió una grabación televisiva que se llevaba a cabo en el lugar, y el personal se movilizó para proteger algunas de las obras de arte más valiosas de la colección; incluidas piezas de Goya y Velázquez.
En otras partes del país, como Córdoba, los trenes se detuvieron en medio de zonas rurales. Algunos pasajeros optaron por caminar varios kilómetros para buscar asistencia. Otros improvisaron picnics o esperaron bajo el sol, hasta recibir noticias por parte del personal ferroviario.
Portugal: entre la calma y la resignación
Mientras en España se daba un desconcierto generalizado, en Portugal la reacción fue más contenida. En Lisboa, los supermercados se vaciaron rápidamente. Algunos trabajadores continuaron sus labores a la luz de las velas. “Es como cuando era joven, hace 50 años”, dijo un residente.
En zonas costeras, algunos aprovecharon el apagón para ir a la playa. Diana Alfia, trabajadora de un hostal, comentó que varios turistas caminaron kilómetros desde el aeropuerto hasta el centro de la ciudad ante la falta de transporte público o servicios como Uber.
Incluso los cortes de cabello continuaron, aunque con herramientas manuales. “Podemos soportar el apagón”, afirmó un barbero en el centro de Lisboa. “Pero lo preocupante sería que no explicaran bien lo ocurrido”.
¿Qué lo causó?
Hasta el momento, la explicación es ambigua. Red Eléctrica de España ha descartado un ciberataque, causas meteorológicas y errores humanos. REN en Portugal negó que se tratara de un fenómeno atmosférico extremo, como una tormenta solar o descarga geomagnética. Por su parte, el portavoz de REN fue escéptico ante la hipótesis de que las altas temperaturas tuvieran relación con el colapso.
Lo único claro es que el fallo tuvo origen en la interconexión de redes eléctricas europeas. ENTSO-E, la organización que supervisa la red eléctrica continental, aún no ha emitido un comunicado concluyente. La dependencia mutua entre países puede amplificar una falla local y convertirla en una crisis regional.
Este episodio se suma a antecedentes preocupantes en Europa. En 2003, más de 50 millones de personas en Italia quedaron sin electricidad por un fallo en una línea entre Suiza e Italia. En 2006, un error en Alemania dejó sin luz a 10 millones. Más recientemente, en 2024, los Balcanes sufrieron un apagón masivo durante una ola de calor.
Vulnerabilidad estructural
Los eventos recientes revelan una preocupante dependencia de infraestructuras invisibles. El sistema eléctrico europeo, aunque robusto en capacidad, carece de mecanismos suficientes para evitar el efecto dominó entre países. Un fallo técnico en una subestación puede expandirse en segundos a través de todo el continente.
Lo ocurrido en la península ibérica debería detonar una revisión profunda de los protocolos de contingencia energética. En un mundo donde la electricidad lo sostiene todo —desde hospitales hasta comunicaciones—, la resiliencia no puede seguir siendo una asignatura pendiente.
La dependencia de fuentes externas, como la electricidad canalizada desde Marruecos o Francia, también plantea preguntas sobre la soberanía energética. El hecho de que regiones enteras puedan apagarse en cuestión de segundos revela la fragilidad de la vida moderna.
Reflexión final
Más allá de las cifras y la logística, este apagón ha sido una lección silenciosa: lo invisible sostiene lo cotidiano. La electricidad, esa presencia constante que damos por sentada, es más frágil de lo que creemos.
El desafío que queda es no solo restablecer el servicio, sino entender —y corregir— las causas de una falla que dejó a millones sin respuestas en pleno siglo XXI.